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Sentido común y una dieta de audio sana y equilibrada, para poder disfrutar del audio toda una vida.

La era moderna que vivimos, con todas sus comodidades y maravillas, presenta también un sinnúmero de problemas y peligros. En esta ocasión me refiero específicamente a los altos niveles de ruido. El hombre, sencillamente no está hecho para vivir entre tantos decibeles como en los que tan cotidianamente nos vemos inmersos hoy día. No me refiero solamente a los ruidos dentro de las fábricas o en las calles, sino además el de los equipos de sonido que usamos a diario en nuestras casas, autos o a través de audífonos.



Voluntario o involuntario

Mucho se ha escrito acerca de los daños que se producen en nuestro sistema auditivo, pero lo que el día de hoy me gustaría recalcar es que los daños al oído suelen presentarse de poco en poco, casi siempre de manera imperceptible, por supuesto hasta el día en que la acumulación es ya de importancia, y el hecho de que esos daños son irreversibles. Adicionalmente, no son solamente los ruidos muy intensos los que nos pueden dañar sino también sonidos relativamente moderados, si es que nos exponemos a ellos durante el tiempo suficiente. Por ejemplo, se ha encontrado que el exponerse a presiones sonoras de escasos 85 decibeles SPL de manera involuntaria, durante intervalos de apenas 2 horas, pueden causarnos daños permanentes a los oídos. Curioso que la cosa cambie si la actividad sonora sucede de manera voluntaria u “ocupada”. Estudios realizados han mostrado que es posible tolerar 110 dB SPL tan solo durante 30 minutos de manera involuntaria o hasta 4 horas voluntariamente, por ejemplo, poniendo plena atención a la obra musical que nos envuelve y disfrutamos.



Me imagino por supuesto que en cada individuo debe presentarse de forma distinta, de acuerdo a su propia naturaleza, edad y estado de ánimo, pero de que hay peligro y de que sucede, eso es irrefutable. Básicamente, nos estamos aproximando a una era de sordos. “Mal de muchos consuelo de tontos” reza el refrán, pero la realidad es que nunca te arrepentirás del esmero que puedas poner hoy en cuidar tus orejas del mañana.



¿Qué hacer?

El cuerpo es sabio. Si se encuentra uno escuchando música fuerte o trabajando con algo ruidoso, pero se siente uno bien, digamos, lo está uno verdaderamente gozando, normalmente quiere decir que todo está en orden.



Pero me imagino que también les ha sucedido que, después de 3 minutos de intensa música con tremendos y estruendosos redobles de tambor, de pronto, como que ya no se disfruta tanto, como que empieza a haber una cierta incomodidad, molestia, dolor o llámale como quieras, que de alguna forma te está tratando de decir que “ya es hora de bajar el volumen”. Una vez más, el cuerpo es sabio, obedécelo o paga las consecuencias.



Otra situación peligrosa es, por ejemplo, cuando salimos a carretera y conducimos de manera continua durante varias horas con el equipo de sonido y el motor del auto a todo lo que dan. En estas circunstancias, el oído como que “se acostumbra” a esas intensidades, de tal forma que lo que primero nos parecía fuerte, después ya no lo es tanto, efecto que nos incita de manera casi involuntaria a incrementar gradual y concurrentemente el volumen del equipo hasta que de pronto nos topamos con el límite de la perilla. De hecho, esto mismo sucede al escuchar música por largos ratos con audífonos, típicamente a través de un iPod. Así ocurre y me pasó en varias ocasiones, cuando en realidad la forma correcta de proceder es a la inversa, es decir, poniendo el volumen a la intensidad más moderada que se pueda, por supuesto sin que se pierda la inteligencia de la música y el balance espectral de la misma. Lo sé, yo también tuve 18 años y esa no era precisamente la forma más Cool de surcar las carreteras, pero créanme, al final del camino toca pagar la cuenta.



Personalmente que conduzco una camioneta de carga Volkswagen Eurovan, es decir, el ruido que produce ella sola suele ser mayor a lo posible con muchos radios, en ocasiones he hecho lo siguiente durante recorridos largos: me pongo un par de tapones de hule en los oídos, los típicos con alrededor de 30 dB de atenuación, y con ellos puestos ahora sí les hago ver su suerte a mis amplificadores. De esta forma, bajando el Ruido de piso percibido (camioneta) alrededor de 30 decibeles, puedo ahora sí incrementar la música muy por encima de los ruidos del camino, con la ventaja adicional del “masaje corporal” que me producen los subwoofers a esas intensidades, pero sin las consecuencias.



Por supuesto cuando me acabo de poner los tapones de orejas se escucha súper raro y con una desviación espectral medio violenta, pero después de un rato el cerebro hace de las suyas y regresa la naturalidad, además de la tranquilidad de saber que estoy protegiendo una de las cosas que más valoro. Curiosamente cuando llego a mi destino, lo hago mucho menos estresado, con mejor actitud y con mis orejas como nuevas. ¡Inténtenlo! quizá les sorprenda la experiencia.



Concluyendo

Al igual que a ustedes me encanta la música y disfruto enormemente de escucharla fuerte. También me encantan las hamburguesas y las pizzas pero no las consumo todos los días, o de lo contrario probablemente hoy sería 30 kilos más pesado. Al menos con las pizzas siempre queda la esperanza de ponerse a dieta o “amarrarse la tripa” como han hecho algunos artistas. Sin embargo, con lo de las orejas no hay marcha atrás, no hay segundas oportunidades, no hay “ya me voy a portar bien…” Una vez ahí, estás en el hoyo y te juro que no es nada divertido. Sentido común y una dieta de audio sana y equilibrada, para poder disfrutar del audio toda una vida.

Artículo obra del Ing. Juan Castillo Ortiz publicado en la Revista AudioCar #202



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